Callar a un periodista por sus opiniones de forma violenta no justifica en lo absoluto pagarle la vida sin ningún diálogo, vencerlo en juicio. La intolerancia social es tal que la verdad se olvida y la mentira aflora, en caso contrario los panteones aguardan y un epitafio “Aquí yacen los restos de uno de los mejores periodistas, el que enfrentó la verdad, el que quiso derrocar el sistema establecido por mafias…”.
Frases alegóricas como esas no devuelven la vida al difunto. Según organismos protectores del periodista, comunicadores sociales y dueños de medios el 90 por ciento de estas muertes quedan impunes, sin una investigación digna que justifique el hecho, aunque como ya lo dijimos, no es una excusa para apagar la vida a un ser humano cualquier que sea su opinión.
En la Escuela de Periodismo se enseña al profesional de la comunicación a no entremezclar en asuntos particulares que no sea el ejercicio de la carrera, guardar distancias con el poder político, económico y conflictos sociales que involucren cuestiones personales, únicamente de informar de los hechos. Sin embargo, esta profesión introduce como carne de cañón al ser humano cuyo reto es plasmar historias, ir al lugar de los hechos, sacar los mejores elementos, equilibrar y que el lector, televidente y redes sociales formen su propia opinión de los hechos.
Entre el hacer periodismo y no hacer, cabe en el absurdo de democracia distraídas, el periodismo nace de las entrañas de una sociedad justa, beligerante, de un sistema civilizado cuyo objetivo es hacer digna la vida de sus habitantes. Acabando la vida de un comunicador no termina el problema, más que eso exacerba los ánimos. Debemos retornar al diálogo, dar la verdad sin miedo ni prejuicios, ser transparente entre ambas partes.
Con la muerte del periodista Luis Almendares, se abre una cortina de humo, sus posiciones antagónicas propiciaron malestar grajeándole enemigos gratis por una postura. Esperemos que haya una investigación exhaustiva que sus frases finales que ya no podía seguir en el país tengan eco para el gremio enlutado por la vorágine de la violencia.